Misión suicida.

Hola, súbditos míos.
Llevo una semana incomunicada en este maldito pueblo en el que solo hay ardillas y ancianas nonagenarias con bastones más grandes que yo. No hay internet. Solo en una casa.
La de la alcaldesa del pueblo.
Estoy en una misión suicida, subida a un arbol robándole el WIFI a la susodicha. Esta postura es denigrante y me va a dejar ciertas marcas de ramas en ciertas partes. Como un tatuaje en braille. Escribo esto desde una rama alta del árbol, con el portatil apollado en otras dos. Se me clava. Mucho. Duele. Me tendrán que extirpar el botón de los vaqueros con alicates y sacar por la boca la gomilla de las bragas después de esto.
Mierda.
Creo que me han pillado.
Acabo de ver una sombra en la ventana. Tiene que ser ella. No puede ser nadie más. A estas horas, con este frío, y tan lejos de cualquier parte, no creo que ni Slender se atreva a acechar así.
Esa señora... Esa señora es como un camaleón. Se camufla y en cuanto te descuides saca la lengua y estás muerto. Muerto o en el río colgado de una rama. Sus hijos son realmente cabrones...
Estamos a domingo, 30 de diciembre de 2012. No creo que pueda publicar esta entrada hasta el jueves o viernes de la próxima semana, puesto que una monja (el pingüino, la llaman) me está pinchando en la espalda en ese punto en el que a nadie le llega la mano, según ella porque subirse a los árboles es más propio de bestias que de personas. Mejor no le contesto que esta mujer tiene más modalidades de colleja que nadie que conozca (ni que conozcáis vosotros, os lo aseguro).
La señora ya se ha dado por satisfecha y a la fuga, que empieza a llover. Ahora estoy colgando de las rodillas intentando tapar el ordenador con una bolsa del Mercadona mientras pienso cómo bajar de aquí antes de que me baje el camaleón sin ponerme los dientes de peineta.
Tengo que despedirme de vosotros si quiero salir de aquí con las dos piernas en su sitio, así que adios, gente.



'Enga. 'Taluego.


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